Gestalt, creatividad, ajuste creativo y éxito

octubre 17, 2006

De la obediencia a la Filosofía Gestalt

Cuando el gobierno no se inmiscuye,
El pueblo es rico en generosidad y franqueza.
Cuando el gobierno interviene,
El pueblo se vuelve descontento y mezquino.

Por eso el sabio
Afianza Sin herir,
Corrige sin vejar,
Endereza sin forzar,
Ilumina sin deslumbrar.


Lao Tse

HACIA UNA PSICOLOGÍA DE LA OBEDIENCIA

Jacobo, Madre.- ¡Hijo mío, mi niño, después de todo lo que se ha hecho por ti! ¡No quieres a tus padres, tus trajes, tu hermana, tus abuelos! Piensa que te alimenté con biberón, que te dejaba secar en tus pañales como a tu hermana...
Jacoba (hermana).- Sí, mamá, así es. ¡Ay, después de tantos sacrificios y tantos sortilegios!
Jacobo, Madre.- ¿Lo ves, lo ves?... fui yo quien te dio los primeros azotes y no tu padre, que podría hacerlo mejor que yo, pues es más fuerte; no, fui yo, por que te quería demasiado. No he retrocedido ante ningún obstáculo para satisfacer todos tus placeres de niño. ¡Hijo ingrato! Ni siquiera te acuerdas cuando te tenía en mis rodillas... para hacerte berrear como un becerro adorable.
Jacoba.- Querido hermano... eres un malvado... Te creía más cortés. No hagas llorar a mamá, ni hagas rabiar a papá. No hagas enrojecer de vergüenza a la abuela y al abuelo.
Jacobo, Padre.- Tú no eres mi hijo. Reniego de ti. Educado sin reproches. Tú te muestras indigno de tus antepasados. Ya nada tienes que envidiarme. ¡Cuando pienso que tuve la idea desdichada de desear un hijo y no una amapola. (A la madre) ¡Tú tienes la culpa! Ese hijo o ese vicio que ves ahí que ha venido al mundo para vergüenza nuestra, ese hijo o ese vicio sigue siendo una de tus estúpidas historias de mujer.
Jacobo, Madre.- ¡Ay de mí! (A su hijo) Ya lo ves: por tú causa sufro todo eso por parte de tu padre, que ya no mastica sus sentimientos y me insulta.

Eugene Ionesco
Fragmento de “Jacobo o la sumisión” (1954)
Los diálogos de la pieza teatral de Ionesco, cuyo título no podía ser más elocuente -“la sumisión”- reflejan la trampa que suelen tender sujetos poderosos, sirviéndose de la influencia que tienen sobre el amor propio de su subordinado, un auténtico desvalido para siquiera entender que existe una injusticia en su contra.

Exhibir el uso de la obediencia como instrumento de coerción, inherente a una autoridad tiran como aquella que subyuga a “Jacobo hijo”, e ir entendiendo sus efectos devastadores en atormentados como él.

Breeding (2003) refiere que la suma de “formas de opresión”, que causarán peores daños en la personalidad, mientras más temprano en la vida se castigue con ellas.

Por una parte está “el adultismo”, que supone que haber alcanzado la mayoría de edad, basta para poseer un conocimiento absoluto acerca de lo que está bien y lo que está mal y peor aún, que se cuenta con la prerrogativa de corregir las “malas conductas” de cualquier niño con los que se tenga trato.
Además, tenemos la opresión psiquiátrica.

El autor, que concede una enorme validez a la máxima de Temístocles, “los potros salvajes hacen los mejores caballos”, señala cómo es que la yuxtaposición de una y otra forma de opresión, desvaloriza a sus víctimas y les quita toda posibilidad de darse a respetar y de aprender a conducirse con responsabilidad. Incluso, podemos agregar que el deterioro a nivel neuronal ocasionado por el excesivo estrés al que suele someterse a los niños bajo estas formas de opresión, le impide autorregularse en sus emociones (Miller, 2002).


Y entonces, se perpetúan creencias como las siguientes:

- Aun cuando te alíes con el mal, léase hambruna o genocidio por ejemplo, “el ajuste social es bueno.”

- Aun cuando modeles la conducta de auténticos delincuentes, “se debe hacer lo que mandan los adultos.”

- “Hay que cumplir con las expectativas de los mayores, si te equivocas, tendrás que sufrir. Eres un perdedor.”

- Aun cuando el no expresar tus emociones deteriore tu cuerpo, “una terapia es para no sufrir y quien lo haga deberá sentirse culpable o avergonzado.”

Naturalmente, un niño rodeado de adultos cuyo mayor bagaje filosófico consiste en unas cuantas creencias semejantes a éstas, no tendrá más remedio que consagrar su vida a evitar castigos y en caso de no contar con una persona que le muestre algo de comprensión, será fácil presa de abusos de diversa índole, dentro y fuera de su casa.

Además de las creencias falsas, en la obediencia subyace una amenaza de sufrir por las heridas y carencias emocionales, que ha de compensarse con la renuncia a las actividades más elementales de una persona: sensibilizarse a sus propias sensaciones corporales y desarrollar sus funciones de contacto (Oaklander, 1998). Naturalmente este verdadero desprecio por la vida, no está exento de sentimientos de odio y culpa.

Hunt (2002) llamó mensajes ocultos a la comunicación de suyo incongruente, que un cuidador mantiene con aquel que tiene bajo su custodia. Al distanciarse de su intención original (si es que existe alguna), el cuidador consigue con sus palabras que la otra persona genere una lesión en su autoestima; con lo cual ésta asuma como verdadero, un defecto en sí misma, que introyectará como parte de su propia identidad. A la postre, la víctima bloqueará su camino al éxito y a la felicidad con su suma de introyectos, también denominadas “no yo”. Esto último quedará de manifiesto en conductas destructivas, ya sea contra sí misma al auto agredirse o bien, contra el medio, generalmente teniendo por objetivo a seres más débiles y disponibles, como los propios hijos.
Y sin embargo, escuchamos por todas partes voces que asocian el ser obediente con bondad, virtuosismo y capacidad. Jubilosos, los padres, maestros y demás delegados de encabezar jerarquías, saludan a los que se reconocen como subordinados suyos. Estos a su vez, renuncian, no sólo a sus necesidades legítimas de espontaneidad, expresividad y creatividad, sino también a informarse de la manipulación de la que son objeto. Aún con cuentas pendientes de su etapa infantil, una y otra vez, ceden bajo el afán de conseguir el amor y la comprensión de la que carecieran entonces.
Desde que un individuo cuenta con los rudimentos de saberse uno mismo en posesión de una serie de sistemas que determinan los propios comportamientos característicos (Allport, 1970), es decir hacia el año de edad (Eriksson, 1966), puede ir desarrollando la conciencia humanista (Fromm, 1975), patente en el amor a la vida, en el ser sobre el tener y en la cualidad de ser productivo o, lo que es lo mismo, en el mantenerse aquí y ahora.
Iturralde (2003) distingue tres modelos de conductas disciplinarias:
a) Autoritario, que recurre a la coerción, al establecimiento de jerarquías y a vencer las resistencias de los subordinados a cumplir con lo que se les dicta.
b) Errático-indiferente, en el que reinan conductas impredecibles e incoherentes en los encargados de impartir autoridad, que genera confusión y desconcierto en todos los miembros implicados en la relación.
c) Inductivo de apoyo, prevalece el afecto y la aceptación. Los miembros implicados en la relación gozan de la certeza de contar unos con otros, de tal forma que todos implementen elementos de autonomía e independencia; lo que la autora entiende como socialización.
En los dos primeros modelos se privilegia la obediencia, aun en el segundo de ellos, permisivo como lo definiría Miller (1984), ya que la persona en que recae la responsabilidad de orientar, suele manipular a los demás mediante muestras diversas de hipocresía y de otras clases de comunicación, que se enganchan a sentimientos de culpa y vergüenza, originados por lo general a una edad tan temprana, que los subordinados difícilmente tienen noticia de ellos. Es factible que en ambos se presente un fenómeno que se ha dado en llamar el “síndrome de Estocolmo” (Corsi, 2003), el cual consiste en una víctima que justifica e incluso supone una buena causa tras las injusticias que se cometen en su contra.
El tercero de los modelos, explica en otras palabras lo que decíamos de la conciencia humanista, amén de que supone la implementación de recursos para desarrollar esa predisposición al bien, al perfeccionamiento y a proteger la vida, que es la autoestima.
Todo ejercicio en el plano de los valores ha de nutrirse de un trabajo emocional. Una persona en busca de la verdad, que evita darse cuenta de las situaciones inconclusas (léase experiencia traumática, resentimientos, sentimientos de culpa, por nombrar algunas), que se asocian a sus convicciones filosóficas tenderá a precipitarse en sus juicios o en incurrir en inconsistencias. Y es que al acceder a los sentimientos y a otros mensajes almacenados en su cuerpo, la persona dará cuenta del “no yo” y de la compulsión a repetir actos de manipular y ser manipulado, o sea de sus inclinaciones por la obediencia. Además, en el compromiso mismo de bloquear la sensibilización a esas emociones, ya sea mediante la supresión o la represión de las mismas, la persona suele ocultar a su vez, recursos sin duda valiosos, al apartar de sus relaciones diversas facetas y comprometer una buena cantidad de energía en actuar con rigidez lo que se le ha dictado a lo largo de su vida. Nietzsche señala que los mejores momentos de nuestra vida, son aquellos en los que nos decidimos a rebautizar nuestras “partes malas”, como lo mejor que hay en nosotros. May (1969) que cita a dicho filósofo, se refiere también a dos conceptos inextricablemente vinculados con su obra: “el lado oscuro de la vida”, que según menciona, aparece en la filosofía de Schopenhauer y es una influencia decisiva en la concepción del inconsciente freudiano, y lo “daimónico”, que se aproxima a la “sombra Jungiana”.
A diferencia de lo que he establecido aquí acerca de conceptos como el de las emociones almacenadas en el cuerpo y las injusticias en los sistemas de coerción y opresión, en cuanto a lo daimónico y al lado oscuro, las considero como meras licencias literarias, ya que en un sentido estricto ambos conceptos supondrían necesariamente, que “el diablo” por naturaleza habita en la persona, en forma de instintos de muerte, perversidad y deseos de exterminio; lo cual refrendaría creencias tan bizarras y torpes como aquellas de que un niño menor de cinco años abusado sexualmente, sedujo a sus victimarios o que un bebé alberga el anhelo de devorarse el pecho de su madre. Si bien considero que la retórica de May, consiste en una suma de metáforas interesantes, producto de exhaustivas investigaciones y reflexiones, queremos insistir en que hablar del lado oscuro es referirnos a fuerzas que rigen la conducta humana sin el concurso de la lógica. En este trabajo desecho la tesis de la ortodoxia psicoanalítica que afirma la existencia de instintos destructivos para elucubrar respecto a lo irracional que a los ojos adultos resulta la conducta infantil. En su lugar concuerdo con Campbell (2004) quien afirma que las reacciones de los niños tienen una precisión matemática; es decir se trata de consecuencias evidentes del trato al que son sometidos.
Creo con Fromm (1955) que no existe algo más perverso que la actuación de fuerzas de muerte o necrófilas en el comportamiento humano. Así entonces nos pronunciamos por rechazar el concepto del lado oscuro de la vida, y en su lugar nos referimos a los mensajes ocultos, el “no yo”; que consisten en los defectos introyectados y en todas aquellas mentiras que la mente o zona de fantasía, toma por verdades ante las reacciones de un cuerpo, el organismo humano, que no se deja engañar (Miller, 2001 y Schnake, 2003). Así, las cosas, creo que en buena medida los mejores momentos de la vida son aquellos en los que nos atrevemos a nombrar lo que hemos considerado malo, como lo mejor en nosotros mismos. Así puede ser, siempre y cuando al hacerlo comencemos con darnos cuenta de que nos hemos dejado gobernar por “una voz en la cabeza” que no es uno mismo y así, nos vayamos responsabilizando por recuperar el yo.
La Gestalt como trabajo de terapia, se ocupa de facilitar que la persona se dé cuenta de una necesidad existencial (que llamamos figura) a ser resuelta a la brevedad. Habrá de apartarse de meditaciones metafísicas y descubrir por sí mismo, la verdad, no del universo, no de la muerte, no de los ángeles, sino de su propia historia. Sublimando esta búsqueda, nos referimos a lo que May denomina lo “daimónico” en su acepción positiva: el apremio en cada ser por afirmarse, actuar asertivamente, perpetuarse e incrementarse a sí mismo; que tiende a fortalecer la creatividad, pues se trata del éxtasis del que gozan los poetas y los artistas, la fuerza que contagian los líderes morales, y el poder que irradia un auténtico enamorado. El autor toma el término “daimónico” del griego, donde también existe una acepción negativa, que se relaciona estrechamente con lo diabólico propiamente dicho, que para fines de nuestro trabajo, se acercaría a la obediencia en el buen salvaje: el sí mismo cede su trono al mal y la persona actúa con crueldad, agresividad y hostilidad, no pocas veces emulando a quienes lo retaran en el pasado.
Acceder a lo daimónico en sus términos positivos, implica facilitar el que la persona forje la intencionalidad sobre la voluntad. Para May, esto significa responder por los actos, conceder un significado a las experiencias, colocar en su justa perspectiva las intenciones, servirse de la imaginación y crecer, no haciéndose experto en indecisiones, sino cumpliendo con objetivos cada vez más complejos. Para mi en cambio, la intencionalidad implica descifrar los mensajes corporales, “las voces” de los deseos y las necesidades. Shapiro (2000) sugiere en este sentido internalizar cualidades, donde antes se había introyectado defectos. Traduzco sus palabras en los siguientes términos: destacar los rudimentos de amor propio para ofrecer una plataforma de trabajo de duelo del que nos ocuparemos en el capítulo III.
Debo agregar que todo este trabajo lleva consigo echar luz sobre los sentimientos reprimidos y desde luego, elaborar el dolor por las carencias y heridas emocionales.
Algunas de las figuras centrales en la filosofía de Nietzsche como el “anticristo”, Zaratustra y la tercera de las transformaciones del hombre, suponen encarnaciones de lo daimónico. Todas ellas sirven a los fines de desobediencia, ante aquellos sistemas que subyugan al hombre mediante hipocresías disfrazadas de preceptos morales y religiosos. Proponer la transformación o destrucción de las instituciones que castigan a quien aspira a ser un “súper hombre”, resultará siempre alentador. No obstante, considero que tal muestra de asertividad y auto afirmación, se conseguirá en la medida en que se facilite una profunda transformación en la familia. Se trata de que el respeto y la empatía hacia los niños, los haga cobrar la confianza suficiente para desarrollar el yo y haga innecesario introducir conceptos abstractos como los que hemos discutido en May, y en su lugar, se viva la responsabilidad, el respeto, la honestidad y de manera legítima, sin cursilerías ni hipocresías, el amor.
May (1991) reconoce en Melville, la personificación de Satanás en el “Capitán Ahab”, quien con su sed de venganza y su espíritu repleto de ira, rechaza todo compromiso con la vida y pone a su tripulación a merced de las mandíbulas de la muerte. Ocuparse de lo daimónico nos remite a considerar también al señor de las tinieblas.
Lo que este autor menciona acerca de aquel tirano de los mares, queda mejor planteado con el término del “buen salvaje” (Dofman y Matterlat, 1972.) Sabemos que el vivir como salvaje e ignorarlo, es la naturaleza de las especies animales y que mucho de lo que nos parece admirable de ellos se debe a este hecho. La ignorancia para el ser humano en cambio, es la pérdida de su propia espontaneidad, de su crecimiento y su perfección. Mientras que sus conductas son su destrucción.
Considero que uno de los defectos de la sociedad del siglo XXI consiste en cultivar la creencia de que lo daimónico existe, o lo que es lo mismo, que se puede invocar; con lo cual el individuo se pone a merced de fuerzas ajenas a él. Ya sea desarrollando una adicción, adhiriéndose a dogmas o sectas, o empleando supercherías, la persona se rechaza a sí misma. Podemos explicar esto con base a una barrera mental que confina a la persona al tener, que es el imperio de la obediencia como instrumento de coerción y si se nos permite la expresión, un auténtico campo de concentración, y le impide siquiera echarle un vistazo a las fértiles tierras del ser.
El tener consiste en sostener la valoración y el amor propios en la aprobación de los demás, en no recibir un castigo de su parte o bien, en entregar su libertad y su cerebro a un sistema opresor.
Podemos hallar en “el ruiseñor y la rosa” de Wilde, la personificación de un inocente que cede su voluntad a un par de buenos salvajes, que por lo mismo terminan por manipularlo. En dicho cuento, una noble ave se entera de que una joven asegura a un admirador suyo, que se rendirá a sus amorosas pretensiones, si él le obsequia con una rosa de belleza única. El ruiseñor va a un rosal donde averigua que con su sangre derramada mientras canta, una de las flores podría cobrar un color en verdad bonito.
El ave, se deja herir entonces por una espina, mientras entona su canto. Muere al sacrificar hasta la última gota de sangre. El joven enamorado encuentra la rosa y la entrega a la chica de sus anhelos. Ésta rechaza tan hermoso presente y desalienta al joven. Con el desdén de la amada a cuestas, éste arroja la rosa a la calle, donde es aplastada por un carruaje.
La suerte del ruiseñor refleja la de un niño que aprende a sacrificar algo tan sagrado como su creatividad, su espontaneidad y sus propios sentimientos, bajo la obediencia hacia padres, quienes están lejos de comprender sus necesidades auténticas. El final resulta desdichado para todos. A fin de complacer a sus tutores y en búsqueda de sobrevivir, el niño pierde el derecho a crecer como persona al no ver desarrollarse sus talentos.
Resulta comprensible que un niño con tal suerte, evite darse cuenta de los abusos en su contra.
Podemos decir que la barrera mental a la que hacíamos alusión líneas arriba, es su amiga, pues lo protege del dolor por no ser amado por sus padres y por saberse apreciado sólo si los complace (Miller, 2001.) Sin embargo, en cuanto a los adultos consideramos que la sensibilización a esas barreras constituye su auténtico camino a la libertad. En los capítulos siguientes demostraré cómo es que el “humanismo a ultranza”, término rescatado de la antipsiquiatría, nos obliga a ir a las raíces de esas barreras, no bajo los esquemas “adultos” llamados dogmas o psicodinamias (estudios apegados a la ortodoxia psicoanalítica), sino bajo la visión del niño que fuimos, llamada emociones almacenadas en el cuerpo. Es cierto que esto implica despertar al dolor, amén de que representa una tarea que para completarse, requerirá de una penosa despedida por las necesidades infantiles que no fueron cubiertas.
Bajo este esquema bien vale recordar una de las leyes de la Gestalt de Naranjo, en la que se insiste en entregarse lo mismo a lo agradable que a lo desagradable, a fin de no limitar la conciencia (Sánchez, 2000).
Y podemos agregar, a fin de despertar al ser libre capaz de asumir los valores reales de un caballero andante, que vela armas para combatir a la esclavitud en cualquiera de sus facetas.
O simplemente... a fin de despertar al ser.

IV. CONSECUENCIAS Y RAÍCES.

(El Rey de Brobdingnang quería que le informara si nuestros abogados) tenían la libertad de defender causas manifiestamente injustas... si no tenían algún conocimiento de los principios fundamentales y leyes generales de la equidad... El relato que le había hecho de nuestra historia le había pasmado en extremo, pues según su opinión, ésta denotaba hipocresía, avaricia, crueldad, ira, envidia, rencor y la locura de un pueblo ambicioso... Luego me explicó con estas palabras: “...Habéis probado que la ignorancia, la pereza y el vicio pueden ser alguna vez las únicas cualidades de los hombres de estado. Adivino que entre vosotros existe una constitución de gobierno que en origen pudo ser tolerable y hoy se encuentra degenerada por el vicio. Parece que allí, los hombres no se distinguen por su nobleza de espíritu...juzgo que el mayor número de vuestros compatriotas forman una raza de insectos. La más perniciosa que jamás creó la naturaleza.”

Jonathan Swift (1667-1745)
Fragmento de “Los viajes de Gulliver”


Si existe un fenómeno que aparta a las personas, siquiera de verbalizar preguntas trascendentes como “¿cómo puedo hacerte saber quién soy?” ese es la obediencia. A través de ésta aprendemos a dejar en manos de quien sea, el destino de nuestras vidas. Como se dijo en el capítulo anterior, rechazamos la intencionalidad e Inevitablemente nos convertimos en buenos salvajes.
Diversos movimientos filosóficos, literarios, artísticos y de índole diversa, han señalado los absurdos de la obediencia como instrumento de coerción a distintos niveles, desde los planos institucionales, sociales e individuales. En algunos casos no sólo han plasmado en un papel los tonos grises de una descripción muchas veces sombría, sino que han dado colorido a la realidad al ocuparse de actos de liberación.
Cabría pensar por ejemplo, en el pensamiento marxista, que si bien retoma a Hegel, cuestiona en él su falta de una propuesta para transformar la realidad. Y es que Hegel parece describir la misión de las instituciones, sin detenerse a criticar la forma en que perpetúan las relaciones de sometimiento y humillación entre los privilegiados y el resto. De hecho, Marx insiste en que los filósofos de la historia se han dedicado a interpretar a la realidad y que lo verdaderamente necesario es ponerla a prueba, es decir, transformarla (García, 1980.) Desde los ámbitos de la política, la antropología, la sociología, la economía y otras ciencias podríamos abundar ampliamente acerca cómo la alineación resultante de los sistemas de poder deteriora a la persona y a la humanidad.
Podríamos destacar las lamentables actuaciones de gobernantes del orbe, cuando se han congratulado por la ignorancia que reina en los pueblos a los que se dicen servir, como ocurrió en nuestro propio País cuando el Presidente de la República reconoció a quienes por ser analfabetas, son “más felices” que aquellos que saben leer (Gil, 2003).
Sin embargo, considero oportuno circunscribirme a movimientos culturales, sociales y literarios cercanos a la psicología y a la obediencia, por la cercanía que existe entre ellos y el cuerpo teórico de este trabajo. Naturalmente, disciplinas como las que hemos referido y otras más, estudian variables que también dan cuenta de la obediencia como sistema de coerción. Espero demostrar que si bien son de un valor incalculable las investigaciones de esas ciencias, es difícil esperar un cambio de fondo en la sociedad, mientras dejemos de lado el aspecto psicológico y en particular la sensibilización a los sentimientos almacenados en el cuerpo que sólo nos da la profundización en las situaciones traumáticas de la infancia.
Me ocuparé entonces de la antipsiquiatría, la pedagogía negra y la contrapsicología.
Las distintas corrientes de pensamiento al interior de la antipsiquiatría claman desde los años sesenta por terminar con el abuso de poder, bajo argumentos supuestamente médicos, carentes de principios científicos y de nula eficacia terapéutica (Cooper, 1981). Los antipsiquiatras, radicales como son, insisten en que a partir del pensamiento del propio padre de la psiquiatría, Benjamín Rush, ya se leía cómo esta disciplina carecería en lo sucesivo, de los más elementales principios éticos, y es que este personaje señalaba que sujetar a un paciente a una situación de terror, ayudaría a su cura (Weitz, 2001).
Breggin (1991) sin proclamarse seguidor de tal corriente, ha consagrado gran parte de sus libros a oponerse al uso de drogas, tratamientos y hospitalizaciones para suprimir la pasión por vivir en los niños y las mujeres, aquellos que tradicionalmente deben ser subordinados a los adultos varones. Asimismo, ha expuesto en diversos artículos, cómo es que los servicios y productos psiquiátricos están para aniquilar la voluntad de sus pacientes, quienes así quedan a merced de lo que dispongan para ellos sus familiares y médicos.
Las aportaciones de estas corrientes nos recuerdan a Orwell que en su obra “1984” describe a una autoridad sin rostro que emplea eufemismos como “ministerio del amor” o “ministerio de la verdad”, para significar con sus crímenes a la humanidad, justo lo opuesto. Así es como tendríamos por ejemplo secretarías, comisiones o departamentos de salud mental, clínicas de asistencia social y tratamientos de rehabilitación, en manos de sujetos encargados de deteriorar a los “Gregorios Samsa” de la sociedad, con diskinesias tardías o con la pérdida de sus facultades para disfrutar del placer de la vida.
Pensemos por ejemplo, en el Príncipe Hamlet. Sin duda lo que nos dirían los antipsiquiatras es que si este personaje literario existiera en la actualidad, aun con su clara noción de los agravios en su contra, sería confinado a un hospital psiquiátrico por petición expresa de su tío / padrastro, quien con toda seguridad pagaría para que su “desquiciado” sobrino fuera diagnosticado con un trastorno de personalidad, fundamentado en conductas extravagantes, alucinaciones y pensamiento bizarro. La madre al firmar su consentimiento para el internamiento, se estaría aliando con el mismísimo asesino de su esposo, para que ahora su cruel cuñado se ocupe de asesinar la conciencia de su hijo. Con todos los recursos a su alcance los médicos, que así serían de la corte y recibirían una jugosa recompensa económica, echarían mano de lo que estuviera a su alcance para convertir las certezas de Hamlet en un delirio que sólo existe en su cabeza.
El Príncipe sería entonces un buen salvaje y aún ahora tendríamos una tragedia de su vida.
Szasz (2002) insiste en que lo que antes eran posesiones diabólicas y brujas, hoy son trastornos mentales y que lo que tenemos actualmente en materia de esos supuestos padecimientos, en tanto que no son enfermedades en el sentido estricto del término, son conflictos morales en las relaciones humanas a ser resueltos.
Si bien autores como Roszak (1991) aseguran que el movimiento antipsiquiatra, carece de una propuesta real a favor de los que consideran prisioneros de los servicios de “salud mental”, existen esfuerzos sin duda valientes, como el de la Casa Soteria, que acoge pacientes diagnosticados con trastornos psiquiátricos, sin ofrecer más auxilio que el de personas amables y empáticas que sin tener ningún tipo de formación médica u otra semejante, dan un trato humanitario a sus huéspedes (Mosher, 1999.)
En el ámbito pedagógico cabe hablar de Neill, quien en su obra “Sumerhill” (1999) habla de un modelo escolar basado en la libertad, la asertividad y los consensos, en un afán por despojar la enseñanza de maestro y alumno, de su carácter autoritario. Hay un capítulo en este libro que de hecho, cuestiona la obediencia como sistema de coerción y en el cual se invita a permitir que sea el propio alumno quien aprenda a guiarse por sus naturales tendencias a la responsabilidad y que el padre sea quien se identifique con el niño y no al revés.
Por otra parte, en el portal www.naturalchild.com. Se presentan modelos “antiescolares” luego de señalar lo innecesariamente estresantes que resultan los sistemas escolarizados tradicionales, con su insistencia en las calificaciones y las actitudes persecutorias a las que se somete a los alumnos (Hunt, 2005).
Miller (1984) emplea el término de pedagogía negra para referirse a una educación encaminada a destruir la voluntad del niño y a convertirlo en un súbdito obediente, por medio del ejercicio del poder, la manipulación y el chantaje, ocultos o manifiestos. La autora explica cómo es que esta pedagogía se caracteriza por despreciar el cuerpo, con sus sensaciones y mensajes, y amenaza seriamente la consolidación de un identidad en los educandos. Asimismo aprueba el uso de golpes como castigo y sigue exterminando la creatividad y la espontaneidad del alumnado, tal como se hacía hace un siglo.
Naturalmente, el cine ha contado con multitud de obras que se ocupan del sometimiento a través de instituciones como la escuela. En “Pink Floyd the wall” (Parker, 1979), se llega a escuchar “si soy un buen perro me arrojan un hueso” y se insiste en el sarcasmo oscuro dentro de las aulas.
En cuanto a la contrapsicología, se trata de un movimiento originado en España con apenas una década de vida (Colectivo Esquicie, 1995), que busca recuperar el verdadero objeto de estudio de la psicología, que es brindar ayuda frente al sufrimiento emocional y sólo cuando es demandada dicha ayuda. Los psicólogos graduados deben saber a qué nos referimos, cuando al incorporarse al mercado laboral se ven obligados a realizar con cordialidad las mismas actividades que se empleaban en países totalitarios y militarizados desde las vísperas de la segunda guerra mundial: inmiscuirse en la vida íntima de otros, compararlos, leerles la mente con pruebas a cuyos resultados no tienen acceso, y en las cuales es fácil hacerlos caer en contradicciones, sospechar de ellos y por encargo de un auténtico “big brother” (para recordar nuevamente a Orwell), descubrir su inferioridad con palabras como actitudes, rasgos de personalidad y antecedentes laborales.
Resulta lamentable, dirían los seguidores de la contrapsicología, que aun en clínicas de asistencia social, la ayuda a los beneficiarios se condicione a que pasen con un psicólogo que las adoctrine como los verdaderos portavoces de la pedagogía negra en que se convierten con la anuencia de un director o un patronato que difícilmente entiende las necesidades de la población con la que está comprometida.
Así entonces, la psicología al trabajar para los sistemas mercantilistas, se ha distanciado de su sentido social y de esta manera ha contribuido a colocar el tener sobre el ser.
A todo esto se opone la contrapsicología que sin desechar el quehacer de la psicología, repudia su utilización al servicio de ideologías, e insiste en hacer de ella una verdadera ciencia al servicio de quienes realmente requieran de ella.
A pesar de lo loable de todos estos esfuerzos, e independientemente de que en buena medida esté de acuerdo con ellos, sin duda aún nos seguimos deteniendo en el follaje y no nos hemos ocupado de las raíces. Es decir, hemos dejado de lado las causas del fenómeno de obediencia y el desarrollo de buenos salvajes y nos hemos concentrado en sus consecuencias. Me refiero a la época de la infancia cuando construimos nuestros patrones de comunicación y pusimos en juego nuestros sentimientos de autoestima para conseguir el amor de quienes nos rodeaban (Miller, 1979).
Resulta necesario entender la etapa infantil, toda vez que fue entonces cuando aquellos que hoy día se suman a las instituciones y acceden a sus fines deshumanizantes, o bien que parecen haber renunciado a una conciencia humanista, se vieron en la necesidad ineludible en aquel momento, de obedecer aquellos absurdos que al nivel de la sociedad, son institucionales, y que en el ámbito familiar, fueron resultado de vérselas con inseguridades y necesidades egoístas de padres y madres.
Los avances en las ciencias neurológicas, han demostrado por su parte, que la falta de un apego respetuoso con los niños en los inicios de su vida, deterioran seriamente sus funciones cerebrales (Porter, 2005) y que la violencia ejercidos contra ellos, desde el vientre materno, representa un menoscabo en su capacidad para manejar la agresividad, desde el momento en que queda escindida su vida cognitiva de sus emociones (Le Doux, 2000).
Probablemente Szasz tenga razón al hablar de que los problemas mentales son en realidad problemas éticos. La cuestión es hasta qué punto un niño maltratado es capaz de adoptar una conducta responsable, si el único lenguaje que conoce es el de la violencia y el abandono; hasta qué punto puede conducirse con respeto, si en su cuerpo, sólo existe la huella de abusos diversos.
Miller (1990) menciona que es necesario detectar si en la vida de los buenos salvajes, ya sea que estén en posición de esclavos o de tiranos, existió una persona que al menos una vez demostrara al otrora niño sometido a la obediencia como instrumento de coerción, algo de compasión, empatía, ternura y cariño. Según sus investigaciones, los grandes criminales de la historia, capaces de destrozar cruelmente a cientos de personas, sin mostrar remordimiento alguno, carecieron de tal persona. La autora denomina a ésta como testigo conocedor. Naturalmente, el contar con más de un testigo conocedor y que ambos padres tengan la autoridad moral para nombrarse como tales, aumenta las posibilidades de que el niño desarrolle la conciencia humanista. Existen por otra parte, personas que a pesar de haber sufrido al vivir en un ámbito cargado de injusticias y privaciones, fueron capaces de sublimar sus temores y ansiedades, debido a que contaron con un testigo conocedor, con cuyo trato aprendieron a mantener sentimientos de esperanza.
Así las cosas, aunque la misma Miller asume que se dice fácil, es necesario rescatar la esperanza y la confianza en que los niños triunfarán en la vida, si desde su concepción reciben atención y cuidado en su cuerpo y en general, que todas sus necesidades sean cubiertas, particularmente las afectivas. Con relación a éstas últimas, Perry (2003) describe las seis “grandes fortalezas” a ser observadas con todos los niños. Estas son apego, autorregulación, afiliación, darse cuenta de los otros, tolerancia y respeto. Hablemos de cada una de ellas.
a) Apego. En párrafos anteriores ya habíamos aludido a la relevancia de esta ligazón afectiva. Perry señala que el cerebro humano está diseñado para promover relaciones. Hay áreas específicas en él que responden a claves emocionales, como la expresión facial, el tacto y la esencia, y en este sentido está habilitado para obtener placer de las relaciones a través de dichas claves. Esto a su vez promueve que el individuo busque modelar a maestros y compañeros que admire y que encuentre atractivo que unos y otros recompensen sus esfuerzos. Conforme madure, irá valorando a las personas cercanas y muy probablemente se involucrará de manera estrecha con gente nutritiva. Las tendencias al buen salvaje, es decir las consecuencias de no disfrutar del apego, se manifestarán en conductas antisociales, confusión respecto a lo que está bien y lo que está mal y una completa falta de autocrítica.
b) Autorregulación. En el capítulo anterior nos referíamos a que a diferencia de lo que se cree comúnmente, los niños tiene una precisión matemática para reaccionar al medio. Esto es evidente en el caso de la autorregulación. Si la madre o quien tenga a su cuidado al niño, reacciona con ansiedad excesiva a sus demandas, él tenderá a “tragarse” esa forma de proceder. Perry insiste en que los adultos tienen la obligación de estar atentos y cuidadosos con relación a las necesidades del pequeño, toda vez que de estar forma se creará una atmósfera amorosa que facilite que el cerebro del niño desarrolle la capacidad para crear y mantener lazos emocionales saludables. Es de vital importancia que el niño reciba el satisfactor que su cuerpo requiera, de esta manera los “sistemas de alarma” en el cerebro, habrán de madurarse al interpretar debidamente las sensaciones de carencia o hartazgo que suelen anunciar un requerimiento. Un deterioro a este nivel suele traer consigo un pobre manejo de la ansiedad y trastornos alimenticios. Nos inclinamos a pensar en las conductas de gula en el buen salvaje.
c) Afiliación. La familia es el primero y quizás el más importante de los grupos a los que pertenece el niño. Generalmente existen con ella lazos emocionales fuertes, de manera que será en ella donde el individuo averiguará si merece ser incluido, valorado y considerado, en la sociedad. El éxito de la afiliación quedará de manifiesto en la capacidad de negociar, conformar alianzas y contribuir con los talentos personales a tareas comunes. El fracaso, se verá en el aislamiento, como en el uso de mensajes ocultos cuando se hace saber al niño que no le incumben los asuntos de la familia y años más tarde, él se casa, tiene un hijo o elige un trabajo sin comentarlo con sus parientes.
d) Darse cuenta de los otros. Es deber de los padres, aceptar al niño por que él es quien es, sin comparaciones de ninguna especie y reconocerlo principalmente en sus esfuerzos, aun cuando el resultado de los mismos no cumpla con ciertos estándares. A partir de estos principios que deberían ser elementales, Perry sugiere acercar al niño a personas que son diferentes a él por cuestión de raza, religión, lenguaje, tradiciones familiares, capacidades y discapacidades, etc. De esta manera su cerebro habrá desarrollado reglas de asociación y generalización, en las que impere una convicción: las personas somos iguales en lo fundamental (y vale la pena estudiar para descubrir que entre ello está la dignidad, los sentimientos y la necesidad de amor) y diferentes en lo accesorio (y vale la pena averiguar qué de lo accesorio es una tradición a respetar y qué es una mala acción a ser cuestionada).
e) Tolerancia. Al madurar en la fortaleza anterior, descubrimos que la persona está en condiciones de formar y mantener relaciones íntimas saludables y sentirse seguro en ellas. Tenemos dos componentes en la tolerancia, el primero que el individuo se siente lo suficientemente valioso como para merecer un trato digno en sus nuevos grupos; el segundo, que es capaz de detectar si es acogido en ellos o existe algún riesgo del cual protegerse. Naturalmente que el sentirse seguro en una nueva situación colectiva abre las puertas a una nueva cultura y al desarrollo de nuevas ideas. Las tendencias a reñir, aparentemente por nimiedades, características en el buen salvaje, reflejan un deterioro en la adquisición de estás dos últimas fortalezas.
f) Respeto. Al sumar las cinco fortalezas anteriores, el individuo madurará al adquirir ésta última. Para Perry, el respeto es la habilidad para apreciar y celebrar el valor propio y de los demás. Implica saberse un triunfador en ciertos terrenos de la vida y un aprendiz en muchos otros, sin que ninguna de las dos posibilidades le inspire a sentirse grandioso ni deprimido. Un lector agudo habrá advertido que al describir cada una de la fortalezas hemos estado hablando de la autoestima y que sin referirnos tampoco a ellos, hemos descrito cómo se genera la responsabilidad y la honestidad, ya que un individuo sabrá cuál es su valor cuando juegue o trabaje – según el Budismo Zen no importa qué esté haciendo - conforme a ciertos lineamientos y busque la excelencia en lo que haga, para luego criticar con auténtico amor propio su desempeño.
Independientemente de las tareas específicas que llevemos a cabo para superar a el tramposo acto de sometimiento, llamado obediencia, recordemos que las seis fortalezas de Perry son parte de la naturaleza humana, no en vano el autor insiste en que su desarrollo está inextricablemente asociado a la madurez del cerebro. Pienso que la relevancia de este modelo, está también en que muestra cómo puede habilitársele a un individuo para que incorpore a su vida la respuesta a nuestra pregunta fundamental, ¿cómo puedo hacerte saber quién soy? Es decir que haga de la suya una auténtica existencia.

IV. EL HUMANISMO A ULTRANZA VS. LA COMPULSIÓN A REPETIR.

Hoy día pocos padres hacen caso de lo que les dicen sus hijos.
El antiguo respeto por la juventud casi ha desaparecido.

Óscar Wilde
De “La importancia de llamarse Ernesto”


Erich Fromm (1956) en su célebre obra “El miedo a la libertad” se refiere al pasaje “el aprendiza de brujo” de la película “Fantasía” de Walt Disney. En ella, el “ratón Miguelito” toma el sombrero mágico de su patrón, un hechicero capaz de movilizar caprichosamente las fuerzas la naturaleza, dueño de un castillo enorme. El ratoncito encargado de la limpieza del enorme castillo, al colocarse el sombrero, hace un encantamiento fallido. Pone en movilización una escoba que lleva agua, hasta un pozo, cumpliendo así con la tarea que le correspondería cumplir. Entonces se queda dormido y sueña que mueve a placer las aguas del océano. Mientras tanto, la escoba, sin freno, inunda el edificio. El ratón destroza la escoba, sólo para que de sus astillas, se formen miles de artefactos idénticos a ella, que prosiguen con la terca actividad destructora. Ante la desesperación de Miguelito, reaparece el hechicero, que detiene el encantamiento y reprende de un escobazo al supuesto infractor.

Referirse a esa escena, le sirve a Fromm para sustentar una de sus ideas centrales: el individuo capitalista pone en marcha complejos sistemas automatizados, los cuales terminan por someterlo. Como uno de los ejemplos actuales, podríamos referirnos a los problemas asociados al uso de drogas. En aras de un negocio millonario se enaltece por distintos medios el uso de estupefacientes para “pasarse un buen rato” y se aplaude la trasgresión de la ley para conseguirlos. Los mismos medios sirven para señalar que esas sustancias están terminantemente prohibidas por nocivas y que no se tolerará su comercialización. Una buena parte de la sociedad procede conforme a los mensajes que invitan al supuesto placer y se procura un uso reiterado de drogas prohibidas, ante un aparato represivo que está para no tolerarlo. Se forma un grupo clandestino que lucra con las circunstancias; produce las sustancias prohibidas y se enfrenta a quienes se oponen a ella, para lo cual recluta lo mismo grupos armados, que jóvenes que distribuyen a cinco o seis adictos, quienes por “pasarse un buen rato”, terminan por destrozar su vida... y por desgracia, así una y otra vez durante toda una vida.
“El aprendiz de brujo”, no sólo nos habla del sistema capitalista que pierde todo control sobre los fenómenos que puso en marcha, y que nunca previno. Si bien encontramos sensatas las palabras de Fromm, debemos ir de nuevo a las raíces de fenómenos como el descrito y entender que una persona que no es tratada con injusticias, humillaciones e hipocresías, durante su infancia, difícilmente abusará de su poder en la edad adulta, cuando esté en posibilidad de influir en otras personas. En un ámbito familiar en el que se fomente la responsabilidad por sobre todas las cosas, existirá la confianza mutua necesariamente. Los niños pedirán lo que necesitan antes de esperar el permiso para hacerlo (Satir, 1978) y aprenderán a respetar los límites que marquen los demás respecto a su tiempo y posesiones. Neill por ejemplo, describe como pidió a un niño pequeño que se alejara de su lado cuando estaba escribiendo. Según el autor, esta muestra de honestidad, sirvió únicamente para que la criatura lo buscara en otro momento y él pudiera seguir con sus ocupaciones. ¡Qué difícil situación en una casa donde los niños no son respetados! Al sentirse rechazados, una vez más, probablemente harían como el ratón Miguelito; se involucrarían en situaciones adultas, como pequeños robos, que después traerían consecuencias de las cuales evitarían responsabilizarse a fin de evitar un nuevo castigo. Nuestro ratoncito, pretende ocultar su fechoría al romper su escoba fuera de control, intenta detener su encantamiento y por último trata de arrojar fuera del castillo el agua que lo inunda; todo esto sin éxito. En su abordaje de las circunstancias adversas, no parece contemplar hacerse responsable de su actuación e informar al hechicero para que el daño no sea mayor. Si un niño ve lesionada su autoestima con comentarios que lo degradan cada vez que infringe una norma en casa, difícilmente procedería de manera diferente.
La reprimenda del hechicero podría seguir de las palabras “como era de esperarse...” Claro: ¡que caiga todo el peso de la justicia sobre el pequeño monstruo! como seguimos diciendo, palabras más palabras menos, para someter a los niños que rompen con nuestra armonía de “gente mayor”, como si entre ésta no hubiera un altísimo número de buenos salvajes; como si entre ésta no hubiera padres que actúen como el hechicero, que por una parte consideran que el niño es suficientemente mayor como para saber lo que debe tomar y lo que no y por otra, que piensan que es tan pequeño (y según algunos esquemas de la pedagogía negra, tan cercano a los animalitos) que no va a entender lo que no debe hacer más que a punta de golpes (Miller, 1991).
No es gratuito haber ejemplificado la postura de Fromm con el abuso de drogas, para luego ofrecer nuestra lectura del mismo filme que él trata. Es muy posible que al igual que en otras películas, el público haya acudido a la proyección de “fantasía” para reírse de la situación trágica de un personaje con características de niño: pequeño, débil, curioso, travieso y sin recursos para superar un problema serio. Es cierto que “fantasía” tan sólo es una película y con razón podría tachárseme de sicótico si sugiriera que el ratón Miguelito necesita de alguien que empatice con sus sentimientos. Sin embargo, por televisión, en la calle y en nuestra misma casa, también vemos escenas con pequeños de carne y hueso, cuyas desgracias son motivo de hilaridad cuando vemos sus ojos y de frialdad cuando rechazamos su mirada. Sabemos de niños que son doblemente maltratados al hacerlos culpables del daño del que son objeto. Esta completa falta de empatía, los hace susceptibles a las más terribles muestras de agresión, entre las que se cuenta el abuso sexual.
Y es que los niños que no gozan de la confianza mutua en casa, resultan fácilmente manipulables cuando se les amenaza en el sentido de que si acusan a su victimario, recibirán un castigo peor.
Creemos que es natural que padres de familia que hayan crecido en el respeto, evitarán que los agresores accedan a la intimidad de sus hijos como tiene a bien sugerir Forward (1987). De lo contrario la complicidad silenciosa del padre o la madre inocente con el victimario “activo” y las ideologías que idealizan a los adultos que rodean a la víctima, escribirán los capítulos de una nueva historia de corrupción, en la que probablemente no tarde en aparecer uno de los distribuidores de drogas de los que hablábamos líneas arriba.
Así las cosas, estoy seguros de que contribuirá con mucho el respeto, la empatía y el amor auténtico sin cursilerías ni hipocresías, hacia los niños, para detener esa cruel maquinaria del abuso de drogas. Desafortunadamente, su combustible es la completa falta de autoestima evidente en que sus víctimas no son dueños de un cuerpo ocupado primero por un agresor y luego por sustancias adictivas.
Sobre mi referencia a “fantasía”, vale rescatar un elemento más. Las escobas repiten una y otra vez su tarea devastadora, nada las detiene, pues son una caricatura del no yo. El ratón Miguelito busca mantenerlas a raya tal como a él se le limita, con violencia. La maquinaria de la destrucción está echada a andar. No hay visos del yo, pues no cabe ni la cordura ni más creatividad en la escena que la interpretación musical. El pequeño personaje es primero grandioso, cuando mueve las fuerzas más poderosas de la naturaleza desde una cúspide imaginaria. Luego vuelve a su papel de subordinado, al ser arrastrado por los suelos, cuando el hechicero desaprovecha la oportunidad de encausar su cándida alma inquieta y hace de su papel como aprendiz de brujo, una trasgresión. Miller (1979) ha denominado compulsión a repetir, a todas aquellas conductas recurrentes con las que la persona busca obedecer a los mensajes ocultos de Hunt, de los que habláramos en el primer capítulo. Así por ejemplo, un niño que al primero de sus gestos de desaprobación hacia los adultos, advertido por estos, recibe una tunda y luego se le dice que los golpes son por su propio bien, creerá en lo sucesivo que no es correcto discutir con personas que ostenten alguna autoridad. No obstante, sentimientos como el odio quedarán almacenados en su cuerpo, mientras los programas mentales se regirán bajo el mensaje de que es bueno pegarle a alguien más débil que uno mismo. Se van consolidando entonces comportamientos propios de un buen salvaje, entre los cuales, y por nombrar algunos, tenemos los propios de los siguientes tipos.
- un sujeto que busque pelea en cuanto lugar visite,
- un tirano que emplee la fuerza de la crueldad franca y abierta,
- un abusivo dueño de una sutil voz de chantajista o extorsionador, o
- un padre o una madre de familia que no tenga piedad con los sentimientos de autoestima de sus parientes más cercanos.
A propósito de la compulsión a repetir y puesto que me he referido a la violencia sexual, cabe dar otro ejemplo que trasciende a la “maquinaria capitalista” de Fromm. Con relación al fenómeno que Dowling (1990) llamó “el complejo de cenicienta”, que consiste en el desprecio de la mujer hacia su propia dignidad al consentir pasar a ser propiedad de un hombre, no sería carente de interés aludir a las campañas publicitarias en las que se alienta la prostitución, a saber: involucrarse sin amor, en relaciones íntimas con aquel sujeto que ofrezca lujos y riquezas. Así, en una campaña publicitaria, vemos a una mujer luciendo en cada uno de los cinco dedos de una mano un anillo de compromiso, bajo el eslogan “vive la vida sin consecuencias”.
Sin embargo, Breggin (1991) reporta que el abuso sexual al que se somete a las niñas, ya sea cercenando el clítoris o sirviendo a los instintos del agresor, no hace sino dejar en claro que el cuerpo de ellas, no es más que un objeto a ser poseído por un tipo poderoso. Es cierto que sería aventurado asegurar que todas las personas que se dejan maltratar por sus parejas han sido víctimas de una agresión sexual. No obstante, concordamos con el mismo Breggin, con Forward (1996) y con Miller (1990), en el sentido de que aquellos empleados de las distintas instancias legales, públicas y privadas, encargados de dar atención a las mujeres así agredidas, cuentan con toda una gama de artilugios para negar el daño que ellas sufren. De esta manera callan la afrenta, exactamente como lo hace una niña que presenta el síndrome de Estocolmo que explicamos en el primer capítulo.
Cabe decir que la existencia de los mensajes ocultos no sólo se patentiza en la forma específica en la que se comunican los buenos salvajes, sino que también lo hacen en los malestares físicos, en el deterioro de aparatos y sistemas y en las fallas en las funciones de contacto (Oaklander, 1997 y Miller, 2001.)
Estamos ciertos en que la Guestalt como cualquier otra corriente del pensamiento defensora de la libertad, está llamada a sumarse a un humanismo a ultranza, en el que se acojan pensamientos como el de Martín Luther King, quien nos invita a sorprendernos, no del abuso de los agresores, sino del silencio que guardan los inocentes (Corsi, 2003). Es necesario facilitar que aquel que en verdad haya sido víctima de un sistema de obediencia como instrumento de coerción, entienda su propia historia, pueda desbloquear su energía al trabajar con las emociones almacenadas en su cuerpo y esté así en condiciones de responsabilizarse, tanto por los demás, como por sí mismo.
En nuestra opinión, hablan con verdad quienes consideran que la persona está llamada a entender y elaborar su propia historia y también lo hacen quienes aseguran que hay que promover el uso adecuado de las funciones mentales superiores. La razón asiste asimismo a los terapeutas que insisten en promover el darse cuenta mediante el trabajo sobre la vida emocional y de igual forma, es cierto lo que proponen aquellos que afirman la necesidad de un sentido para la vida, siempre que se finque en la experiencia, no en dogmas.
Es entendiendo sus mensajes aquí y ahora como se consigue acceder a la verdad de la propia historia personal. Se antoja común que las palabras sirvan para mentir, y es un hecho que al cuerpo no se le engaña. Nos remitimos a los existencialistas, para llamar la atención sobre una inevitable elección. Si la persona elige mantener sus mecanismos de evitación a fin de desensibilizarse de sus sensaciones, optará por incurrir en compulsiones a repetir.
Hemos visto cómo es que un niño puede ser engañado, manipulado y sometido a una ceguera emocional. Como adultos nos corresponde tener noticia al respecto; con mayor razón si alguno de nosotros fue “ese niño”. El humanismo a ultranza, nos ha de llevar a darle voz, a empatizar con sus sentimientos y sobre todo a entender que se trata de mí mismo y que sus emociones son las que se almacenan en mi propio cuerpo, el cual no se dejará engañar por más que se utilicen técnicas de manipulación y tretas de los sofistas del siglo XXI.
Superar la compulsión a repetir supone un arduo y doloroso proceso de crecimiento, si tomamos en cuenta además, que cuestiona a personas cercanas a uno mismo. Miller (2001) aceptó la equivocación en que incurrió cuando afirmó a inicios de los años noventa, que este proceso podría efectuarse por medio de una serie de pasos escritos en un libro que ella misma prologó.
Así las cosas, según menciona la autora en años recientes, es necesaria la presencia de un “testigo iniciado” para vivir el proceso. Este especialista se caracteriza por conocer su propia historia, haber trabajado con sus propias emociones y asumir que su acompañamiento empático está para liberar a su consultante, no para exigirle remedios seudo religiosos, como apresurar el perdón o dictarle moralinas.
Nos alegra decir que su énfasis en lo dialogal hace de la psicoterapia Gestalt una opción viable para formar testigos iniciados. Al facilitar la expresión de emociones mediante experimentos en los que el consultante se dirija a quienes le negaron amor o le causaron prejuicios, se estarán dando pasos decisivos hacia la elaboración de sus vivencias traumáticas. Debemos subrayar que en el proceso terapéutico va involucrado un proceso de duelo con fases semejantes a las de Kübler Ross como medidas para proteger al yo: Negación, ira, depresión, negociación y aceptación (Sánchez, 1994). Muy pronto abundaremos en ellas, por ahora diremos que nos referimos a un duelo, ya que el consultante, al interactuar en terapia e ir descubriendo la verdad de su vida, se despedirá de las ilusiones que nutren la fantasía de una infancia feliz, al tiempo que constatará como ha hecho caso una y otra vez de diversos mensajes ocultos, con lo cual tendrá que renunciar a las creencias de que él ha tomado por voluntad propia varias de las decisiones trascendentes en su vida y que sus malestares están desligados de su propia historia.
Nos hemos permitido ecualizar las fases de Kübler-Ross con los bloqueos introducidos por autores gestaltistas como Zinker (1976) y Salama (1994) de la siguiente manera.
- Negación = Desensibilización, ya que se refiere a ocultarle al sí mismo, sentimientos comprometidos con el profundo dolor ocasionados por el incumplimiento de necesidades afectivas como protección, amor, comprensión y apoyo.
- Ira = Proyección, toda vez que supone culpar a personas distintas al agresor y a las circunstancias originarias del daño, por lo que éstas propiciaron.
- Depresión = Introyección, pues se refiere a la persona que se atormenta con sentimientos de culpa y vergüenza por el daño del que no fue en modo alguno responsable.
- Negociación = Deflexión, ya que la persona evita enfrentarse a la resolución de sus vivencias traumáticas, ya sea mediante justificaciones, suavizaciones o una actividad exagerada en planos alternativos.
- Aceptación, con el consecuente desarrollo de la esperanza = continuum de conciencia. La persona se descubre a sí mismo en términos del ser. Está en el camino del cambio, al no haber cambiado; es decir, ha expresado sus emociones conforme a las necesidades de su organismo y ha descubierto que sus sentimientos de autoestima están para sostenerse en él mismo. Su cuerpo honra la certeza de que sus tendencias son hacia la vida, la libertad, la salud, la responsabilidad y el éxito.
Tal como Zinker (1976) apunta, es de vital importancia, echar luz sobre los esbozos de amor propio en el consultante, antes de acompañarlo en el trabajo sobre cada uno de estos bloqueos propiamente dicho. Asimismo, resulta fundamental hacerlos sentir seguros y a veces protegidos por nosotros desde los inicios de su tratamiento. Algunas técnicas de programación neurolingüística (PNL) y la ayuda de otros apoyos como programas de reforzamiento, el deporte, la lectura y la convivencia familiar, pueden servir como una especie de puntal que mantenga abierta la puerta a la salud. Debemos decir que ésta sobrevendrá al superar la compulsión a repetir y esto sólo será posible en la medida en la que se entienda la obediencia como instrumento de coerción, a partir del proceso de duelo descrito.
Por último, quedará en el consultante culminar su trabajo personal con el perdón. Nos interesa que sea uno de los gestos de respeto y responsabilidad en el consultante elegir o no perdonar a los demás. En todo caso, la reconciliación consigo mismo y el evitar los ataques al yo, como sea que los manifieste la persona, darán muestras de la conciencia humanista a la que aspiramos en este trabajo.

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